Me viene a la cabeza una imagen de mi último viaje a Barcelona. Cerca de la catedral, unos chicos intentaba socorrer a una paloma herida. Sangraba por una pata y tenía un ala rota. Estaba muy asustada. Acurrucada en un rincón no paraba de temblar. El chico la intentaba coger para ayudarla, pero la paloma, con pequeños movimientos, intentaba huir de lo que se le venía encima, aunque este fuera su salvador.
Siento como si mis alas se hubieran partido, y me estuviera desangrando poco a poco.
Caí y me levanté, pero mis heridas siguen ahí.
Es rabia, enfado, dolor e incomprensión todo lo que pasa por mi cabeza.
Inexplicablemente sigo mirando una y otra vez atrás.
La respuesta a qué hice mal, en qué me equivoque no la encuentro.
Son siete años de mi vida perdidos, ensuciados, volcados en una entrega. Y a cambio solo recibí desprecio.
Al final sé que conseguiré coser mi herida, como lo he hecho otras veces. Pero también se que esta cicatriz será de las más profundas que tenga.
Creo que pocas veces alguien me defraudó y me hizo tanto daño como tu.