Dos días intensos.
Reencuentros con viejos amigos, encuentros con amigos y quizás futuros amigos.
En 48 horas las cosas cambian de color. Lo oscuro se aclara, el frío pasa al sol de primavera y la lluvia tardía ya no molesta.
Unas tenues gotas te acompañan de regreso a la soledad cuando dejas detrás al compañero de hace ya muchos años.
Compartes con él vivencias mutuas y actuales. Las inquietudes y sueños por cumplir y deseas que esta amistad siempre perdure y que los papeles no permitan que tenga que regresar a su casa y teje la tuya un poco más solitaria.
Otros reencuentros siempre son fríos, extraños. Deseas en el fondo que estos fueran como una vez lo soñaste y no como siempre han sido, fríos y extraños preguntándote una y otra vez el porqué se repiten.
Otros reencuentros siempre son fríos, extraños. Deseas en el fondo que estos fueran como una vez lo soñaste y no como siempre han sido, fríos y extraños preguntándote una y otra vez el porqué se repiten.
Los amigos, los nuevos amigos a los que cuentas las historia más nimias o profundas. Te escuchan con interés y paciencia. Aprendes de ellos y ellos de ti. Compartimos risas, vinos y llantos. Quizás sean solo para una noche, pero lo han sido.
Despiertas y deseas repetir estos momentos una vez más. Será difícil.
Qué bella es Barcelona en primavera.
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